Luego de dos temporadas que no estuvieron a la altura de lo esperado, Adrian Newey diseñó un auto con un fuerte hincapié en la aerodinámica. Alimentado con un motor Renault, el coche era tan atractivo que disuadió a Nigel Mansell de retirarse.
La clave técnica estaba en la electrónica, especialmente en sus suspensiones semi activas que controlaban, entre otras cosas, la altura de la carrocería respecto del suelo, lo que permitía maximizar el trabajo de los componentes aerodinámicos.
Luego de una gran temporada en 1991, se mantuvo en 1992 y logró el campeonato de la F1 de punta a punta, quedándose con 10 GPs sobre 16 posibles (9 de Mansell y 1 de Ricardo Patrese).